En nuestra moderna sociedad contemporánea todos andamos metidos en nuestras “cómodas rutinas” que parecen que nos hacen la vida más fácil. Aprendemos cómo hacer una cosa, y lo grabamos en nuestro disco duro (cerebro) para repetirlo de la misma manera el resto de nuestra vida. Parece, que de esta forma, nuestro cerebro y nuestra mente economizan energía para poder usarla en otras tareas, supuestamente más importantes.
Todos hemos tenido alguna vez la sensación de que somos autómatas. A sonado el despertador, nos hemos levando del mismo lado de la cama, las zapatillas de casa estaban donde debían estar, hemos entrado en el cuarto de baño, hemos desarrollado todas nuestras rutinas, hemos preparado el café, hemos ojeado algo parecido a lo de todas las mañanas mientras dábamos los últimos sorbos, hemos ido de camino (por el mismos de siempre) al trabajo, nos hemos sentado, hemos encendido el ordenador, hemos abierto el correo…
Algún día que otro, las zapatillas de casa no están donde debieran, o nos falta pasta de dientes, o no encontramos la corbata que nos ponemos siempre con este traje, o nos hemos quedado sin azúcar para el café, o una de las calles hacia el trabajo está cortada…y entonces nos alteramos al ver alterada nuestra “maravillosa” rutina del “lo tengo todo controlado”.
Este es solo un pequeño ejemplo de las cómodas rutinas que nos llevan al automatismo, y que nos hacen perder una actitud consciente de todo lo que nos va ocurriendo segundo a segundo en nuestras vidas. Parece un dilema difícil de de entender. Si hacemos cosas automáticamente para supuestamente utilizar los recursos de nuestra mente en acciones más provechosas, ¿por qué, entonces, utilizamos otras actividades para mantener la mente ocupada?
Cuando conducimos necesitamos poner la radio o música, cuando trabajamos nos dejamos acompañar por el hilo musical del ordenador, cuando nos desplazamos por la calle o en el transporte público llevamos nuestros auriculares o algo para leer. Llegamos a casa y lo primero que hacemos es encender la televisión o la radio o poner música para no sentirnos solos…
Nos movemos en un continuo vaivén entre desocupar la mente con los automatismos y rutinas por un lado; y por otro lado ese ocupar la mente para poder controlar nuestros pensamientos. En esta especie de baile de vals con la vida, vivimos engañados pensando que sabemos los pasos y que nosotros llevamos el ritmo de la música.
Hemos dejado de ser plenamente conscientes de cómo transcurre nuestra vida. Debemos recuperar la Plena Conciencia de lo que ocurre en nuestras vidas y a nuestro alrededor. Podemos empezar por las pequeñas cosas. Cuando realices cualquier actividad cotidiana, párate, obsérvate, piensa en cada movimiento, en cada acción, en cada sensación, en cada pensamiento, se plenamente consciente de lo estás haciendo. Podemos recuperar el placer por hacer las cosas y hacerlas bien.
Prueba a ir en silencio conduciendo hacía el trabajo, observa a las personas de los otros vehículos en el semáforo, presta atención a los peatones que cruzan por el paso de cebra, fíjate en todas esas cosas que estaban todos los días ahí y que hasta hoy no te has percatado de su presencia…
Deja el libro en casa para ir en el transporte público, no te pongas los auriculares, no escuches música si sales a correr… advierte las cosas y las personas que están en tu camino, escucha el ruido de la calle, el sonido de los aparatos y edificios, las conversaciones de las personas, observa a esa pareja mirándose, la sonrisa de ese bebe…
Cuando llegues a casa y cierres la puerta, párate, observa tu hogar, vuelve a mirar los cuadros, los adornos, la disposición de tus muebles, piensa en los tuyos que están en esas fotos… Cierra lo ojos, respira hondo, alcanza a sentir ese olor familiar como cuando llegas de un largo viaje. Mira en todas las habitaciones con todos sus recuerdos, abre los armarios y cajones que te contarán muchas historias…
Por último, siéntate o túmbate en tu lugar favorito de tu casa, ese sitio donde ves pasar toda tu vida familiar. Ahora cierra los ojos, respira hondo, siente como el aire de tu hogar entra y recorre todo tu cuerpo… Sin apenas darnos cuenta hemos tomado plena conciencia de nuestra vida
Autor: David García Ostos
Fuente: Revista digital sercompetentes.com