Desastre tras desastre. Desde hace un par de semanas en todo medio informativo podemos leer artículos o ver imágenes relacionadas con la crítica situación que está viviendo Japón en estos días: primero el terremoto, seguido del tsunami y después la catástrofe nuclear que nos remite a tiempos pasados y que pensábamos ya superados.
A todos nos ha pillado por sorpresa. El pánico nuclear en la zona no ha parado de crecer aun cuando hoy algunos de los reactores están “controlados”; hoy se habla de la escasez de agua embotellada en Tokio a raíz de la contaminación del agua potable.
Y en este marco, ahí siguen los que han sido llamados “los 50 de Fukushima” que a día de hoy ya han pasado a ser “los 180 de Fukushima”. En condiciones extremas han trabajado 180 operarios de la central, luchando contra un león indomable armados con agua de mar con una sola finalidad; salvar a su país de un desastre aún mayor. En este sentido, el Ministerio de Sanidad japonés anunció la pasada semana que iba a aumentar el índice legal de exposición a radiación, nivel que sobrepasa con creces el máximo permitido en cualquier central del resto del planeta.
¿Y sus vidas? Esta exposición a tan alta radiación es más que probable que les traiga consecuencias en su salud. Lo saben, lo admiten y aún así, siguen convencidos de seguir trabajando hasta el final.
Pero, ¿qué les lleva a mostrar tan alto grado de implicación? ¿se debe a que no tienen miedo a morir? ¿Se trata de kamikazes, como algunos medios han llegado a afirmar? ¿Están allí a punta de pistola? Definitivamente, es cierto que asumen los riesgos como inherentes a su profesión, pero cuando la integridad personal está en juego no es tan fácil decidir quedarse frente al monstruo hasta el final. Te paguen lo que te paguen.
En nuestra cultura occidental muchas personas nos podríamos plantear si dicha responsabilidad va alineada con su salario. Es más, a los trabajadores de una central nuclear, y más específicamente a los operarios de la sala de control, se les paga muy bien. Pero, en estos casos, ¿realmente podemos pensar que es una cuestión de dinero? Ya pueden pagarles 20 veces más que al controlador aéreo mejor retribuido del mundo, que ello no justifica entregar tu vida. En esta línea, buceando en Internet me he topado con este artículo de David Jiménez “No me pagan lo suficiente para esto”. En él relata la experiencia de periodistas que abandonan progresivamente el área contaminada, y el país. Creo que no es una actitud en absoluto criticable, es totalmente comprensible; no obstante, nos permite analizar las diferencias existentes.
En este contexto, en mi opinión, no entra tanto en juego el salario, sino variables ligadas a cultura: cultura individualista occidental vs cultura colectivista oriental.
Podríamos entrar en un debate, pero en la cultura oriental, y más concretamente, en la cultura nipona, los valores que entran en juego y que dinamizan las vidas de las personas se basan en la lealtad, la camaradería, el sentido del deber y la obediencia. Existe un alto sentido de sacrificio por la comunidad.
No es casualidad que en Japón existan índices de identificación y compromiso de los trabajadores diferencialmente más altos que en las culturas occidentales. Esta cultura del “Todos a una” tan visible hoy día en la central nuclear no es ninguna novedad. Se puede apreciar en diferentes contextos, incluso en formas de trabajo. Un ejemplo concreto es unescenario de reunión, donde se prioriza el bien del grupo sobre el propio, aunque tampoco se trata de una forma de trabajo ideal ya que es el jefe quien, tras escuchar diferentes propuestas, marca la línea de trabajo a seguir, lo que coarta la innovación y la posibilidad de enriquecer la visión elegida. También lo podemos ver en la tantas veces referenciada “huelga a la japonesa“, en la que sin abandonar el puesto de trabajo, perjudican al empresario produciendo lo máximo posible. El fundamento de esta huelga y sus peculiaridades está así mismo ligado con las peculiaridades culturales de la cultura nipona: mutua lealtad entre trabajador y empresa, cultura de promoción y de desarrollo profesional del trabajador en una única empresa.
Las diferencias culturales de colectividad vs individualidad, lealtad y compromiso vs interés propio son aspectos que impulsan a las personas hacia un compromiso con la tarea y con la comunidad, que incluso pueda tener como consecuencia importantes costes personales. No obstante, en situaciones críticas en las que la comunidad de la que nos sentimos parte entra en juego, parece que este sentimiento va más allá de culturas y fronteras.
Algunos también nos acordamos de Chernobyl, donde los liquidadores llegaron a entregar sus vidas con el fin de luchar contra la catástrofe. Más allá de los límites establecidos, parece que hay algo que nos moviliza. Ese sentimiento de comunidad parece estar plasmado en nuestra genética humana, siempre influenciado por el ambiente que nos rodea.
La firmeza y valentía con la que “los 180 de Fukushima” se enfrentan día a día a la amenaza están directamente relacionadas con el sentimiento de comunidad del ser humano y reforzado e interiorizado por la cultura y el contexto que les rodea. Esta cultura refuerza la homogeneidad y la visión compartida de cara a la consecución de un objetivo común.
Desde nuestras organizaciones nos preguntamos cómo aumentar el grado de compromiso de nuestros trabajadores; tal vez debamos echar la vista a un lado e integrar hábitos de nuestros primos lejanos.