Esa ventana del dormitorio que no termina de cerrar bien, esa rozadura en la pared del jardín, esa planta que tengo que cambiar de tiesto, esa mínima perdida de agua que tiene el grifo del cuarto de baño, la cerradura de la azotea que da trabajo para cerrarla, los cinco minutos que adelanta el reloj del salón de casa, ese enchufe que nunca termina de funcionar bien…
Todos tenemos esas pequeñas cosas que necesitan que atendamos y que nos tropezamos a diario con ellas, pero que nunca terminamos de arreglar. Incluso se han convertido en parte de nuestro paisaje.
Recurriendo a la metáfora, todos tenemos esas pequeñas cosas en nuestra vida que no nos dejan ser mejores, o que nos impiden serlo cuando son muchas pequeñas cosas. Ese montón de cartas del banco sin ordenar, esa manía de salir y llegar siempre con la hora justa, el evitar un saludo por el simple echo de nuestra timidez, culpar al funcionamiento del móvil para no devolver esa llamada, esas pequeñas mentiras “sin importancia” que nos sirven para hacer lo que nos da la gana, pareciendo que hemos hecho lo debido para cumplir con esa persona…
Deberíamos hacer un recuento de todas esas pequeñas cosas que no funcionan como deben en casa, en el trabajo, en nuestro comportamiento, en nuestra vida… Esta infinidad de “esas pequeñas cosas” que no son como consideramos nosotros como deben ser, nos cansan, nos irritan y sobre todo nos absorben la energía de forma parasitaria. Energía que necesitamos para ser más felices haciendo las cosas que hemos escogido hacer.
Comienza poco a poco, no intentes hacerlo todo en unos cuantos días. Encuentra el equilibrio sin concederte tregua pero dándote tu tiempo. Comienza tu gran cambio con esas pequeñas cosas.
Autor: David Javier García Ostos
Fuente: sercompetentes.com