La procrastinación es la acción o hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes y agradables.
Miedos, inseguridades, no reconocimiento de nuestras vulnerabilidades pueden ser algunas de las causas que deriven a comportarnos y actuar de esta manera.
Otra de las causas es el nivel de exigencia que nos marcamos a la hora de tomar decisiones, el exceso de perfeccionismo nos lleva a retrasar de manera innecesaria nuestras decisiones, los procesos se vuelven infinitos y los resultados se posponen indefinidamente, siempre hay alguna variable que analizar (dicho popularmente “la parálisis por el análisis”).
Estamos muy acostumbrados a un tipo de procrastinación que es aquella que retrasa nuestras actuaciones hasta que ya no hay más remedio que acometerlas. En la mayoría de los casos, se deriva que estas actuaciones las identificamos como obligaciones, en lugar de como compromisos o acciones responsables.
La forma de actuar contra este tipo de proscratinación es cambiar los enunciados victimistas, tales como tengo que, debo de, estoy obligado a…., por otros que nos hagan sentir que el hacer está bajo nuestra responsabilidad.
Otras veces, este efecto se manifiesta dentro de nuestras organizaciones, dado el estilo cultural de las mismas, evitando actuar y tomar decisiones por miedo al fracaso. Este tipo de procrastinación se produce, muchas veces, como consecuencia de identificar la vulnerabilidad como una debilidad y no como una fortaleza.
En estas organizaciones estamos acostumbrados a oír frase como “aquí se viene aprendido”. Los jefes, líderes y directivos son capaces de imponer sus decisiones en función de su poder, legítimo por supuesto, más que por la autoridad que le otorgan sus equipos.
Estos directivos, para evitar que su desconocimiento ante una materia o una necesidad se manifieste, actúan posponiendo el problema y buscando culpables de la no solución del mismo. En estos casos, evitan tomar decisiones para que no se descubran sus “incompetencias”.
Otro tipo de procrastinación es aquella que se produce entre los llamados “dispersos”.
Los dispersos son aquellas personas que no enfocan sus esfuerzos en la toma de decisiones, y al contrario que los perfeccionistas, no toman decisiones o no cierran para no equivocarse. Este tipo está a caballo entre el perfeccionista y el que teme al fracaso que le inhabilita para tomar decisiones entre alternativas.
La procrastinación, también se presenta en personas que, si bien están seguras de sus posibilidades, nunca han logrado concentrarse lo suficiente como para poder ejecutarlas en su totalidad. En estos casos, se manifiesta como un síntoma de inseguridad y poca tolerancia al fracaso y al estrés. Si no actúo no me equivoco, si no me equivoco no fracaso, si no fracaso mi autoestima no queda dañada, si mi autoestima no queda dañada no afecta a mi estado emocional.
Siempre habrá una causa/efecto que retroalimente este proceso, por lo que siempre tendrán una excusa para no analizar la causa nuclear que les lleva a este estado.
Pero como todo síndrome o efecto es posible superarlo. No hay recetas ni píldoras mágicas que nos lo eliminen como si fuera un catarro.
Para superar los efectos que nos produce esta actitud, no existe otra forma que “el propósito de enmienda”. Para actuar debemos primero descubrir la base o el origen de esa actitud.
Debemos buscar en nuestro interior qué es lo que nos lleva a esa “no acción”. La única forma de combatirla es atacarla desde la raíz. Ahora bien, tengamos cuidado y no vayamos a procrastinar nuestro deseo de no procrastinar.
Por último, me gustaría reseñar que la procrastinación no tiene siempre una connotación negativa. Existen muchos casos de personas que actúan bajo este estado, consciente o inconscientemente, es decir, que provocan dilatar la toma de decisiones sobre ciertas cosas en función de su escala de prioridades.
La cuestión en estos casos no es evitar el postergar las cosas o las acciones, sino que está en no dilatarlas, en función de la importancia que tengan para nosotros, nuestro entorno o nuestro trabajo.
Quizá estas tres preguntas te sirvan para ver si estás o no inmerso en algún estado de procrastinación y cuáles son las causas y efectos de la misma:
1. ¿Cuáles son los retos más importantes en tu ámbito de actuación?
2. ¿Estás trabajando en alguno de ellos?
3. ¿Qué es lo que te impide hacerlo?
Si la respuesta a la tercera es la tan manida cuestión de la “gestión del tiempo”, entonces revisa tu escala de prioridades y reformula tus compromisos. Ya sabes, de ti depende conducir o que te conduzcan.
Autor: José Manuel Arribas, Socio de Persona Metaplacement
Fuente: rrhhdigital.com