…He traducido para ti un relato que leí hace cuatro años y que, entonces, me conmovió casi tanto como hoy al releerlo. El autor es desconocido.
“Dos hombres, ambos muy enfermos, compartían habitación en el hospital. Uno tenía permiso para sentarse en su cama durante una hora, por la tarde, para drenar líquido de sus pulmones. Su cama era la más cercana a la única ventana de la habitación. El otro tenía que permanecer siempre tumbado boca arriba.
Los dos hombres hablaban continuamente. De sus esposas y familias, sus casas, sus trabajos, sus anécdotas durante el servicio militar, los lugares que habían visitado en sus viajes. Y cada tarde, cuando el hombre de la cama al lado de la ventana se sentaba, le describía a su compañero todas las cosas que podía ver al otro lado de la ventana.
El hombre de la otra cama experimentaba, durante esos períodos de una hora, un mundo de actividades y colores procedentes del exterior que ensanchaban y enriquecían el suyo interior. La ventana daba a un parque con un precioso estanque. Patos y cisnes jugueteaban en el agua mientras los niños navegaban sus barquitos. Jóvenes enamorados paseaban abrazados entre las flores de todos los colores del arco iris. Enormes y centenarios árboles componían el paisaje y, a lo lejos podía divisarse la fina silueta de la ciudad.
Conforme el hombre de la ventana describía todo eso con exquisito detalle, el hombre del otro lado de la habitación entornaba sus ojos e imaginaba la pintoresca escena. Una tarde cálida el hombre de la ventana describió un desfile que pasaba. Aunque el otro hombre no podía escuchar a la banda tocar, pudo verla en su imaginación conforme el caballero de la ventana la retrataba con palabras muy descriptivas.
Pasaron los días y las semanas.
Una mañana, la enfermera de día entró para reponer las botellas de agua y se encontró el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, que había fallecido tranquilamente mientras dormía. Sintió gran tristeza mientras llamaba al personal encargado de sacar el cuerpo de la habitación.
Tan pronto como le pareció oportuno, el otro hombre preguntó si podían trasladarle a la cama cercana a la ventana. La enfermera estaba contenta por poder hacer ese cambio y después de asegurarse de que estaba cómodo, salió y le dejó solo.
Lentamente, trabajosamente, se incorporó un poco apoyándose en un codo para echar su primer vistazo al mundo exterior. Finalmente tendría la felicidad de verlo con sus propios ojos. Se esforzó aún un poco más para poder ver a través de la ventana el mundo fuera de su habitación. Lo que vio fue una pared en blanco. El hombre preguntó a la enfermera que podría haber inducido a su fallecido compañero de habitación a describir aquellas maravillosas historias al otro lado de la ventana. La enfermera le respondió que el fallecido era ciego y que no podía, ni siquiera, ver la pared. Le dijo que tal vez sólo quería darle ánimo.
Existe una felicidad enorme en hacer felices a los demás, independientemente de tu propia situación. La pena compartida pesa la mitad, pero la felicidad cuando se comparte vale el doble.”
Te invito a que no dejes pasar la oportunidad de reflexionar durante un momento en el significado que tenga para ti este relato. Y cuando lo hayas descubierto te invito a que hagas, inmediatamente, una acción. Cualquiera que esté relacionada con ese significado.
Finalmente, te invito a que conviertas este comportamiento en un hábito nuevo, de manera que no te acuestes cada noche sin haber entregado felicidad al menos a una persona. Y un poco antes de quedarte dormido recrea ese momento del día en el que regalaste felicidad y observa cómo te sientes.
“No pierdas la oportunidad de hacer feliz a alguien… porque, además, ¡mira que es barato!” – Jaime Bacás, coach ejecutivo
Autor: Jaime Bacás
Fuente: Senderos de Productividad