El mundo de la formación, al igual que el resto de los mundos, está permanentemente sometido a la tiranía de las modas. Para quien no lo recuerde, hace ya bastantes años irrumpió con fuerza el e-learning con la promesa de hacer el aprendizaje disponible para cualquier persona, en cualquier momento y en cualquier lugar y por si fuese poco, ahorrando respecto a la formación presencial. Poco después, aterrizó el blended learning, más tarde fueron las comunidades virtuales, al poco tiempo todo el mundo estaba hablando de coaching, enseguida, el mobile learning era lo que se llevaba. Las últimas olas en llegar han sido las del aprendizaje informal/social (muy apoyado en la web 2.0) y el aprendizaje organizacional, aunque esta última ola todavía lucha por resolver el enigma de si pueden realmente aprender las organizaciones y cómo lo hacen.
Cuando haces un análisis de las cosas que sabes hacer y sobre todo, de cómo y dónde las aprendiste, te das cuenta, no sin sorpresa, que la inmensa mayoría ocurrieron en lugares muy alejados de la educación formal, de las instituciones educativas y de los rituales tradicionales que conocemos (curso, aula, asignatura, profesor, lección, examen, nota, título, etc.). Más bien sucedieron en el seno de tu familia y de la gente con quien conviviste (desde tus padres hasta tus hijos pasando por tu grupo de amigos), del equipo deportivo en que jugaste, de los viajes que hiciste pero sobre todo, mientras trabajabas y progresabas en la vida. Por eso me resulta sorprendente que se hable tanto de aprendizaje informal cuando es así como el ser humano ha aprendido siempre. Informalmente es la única manera en que cada uno de nosotros aprendimos durante nuestros primeros años de vida (hasta que el colegio trató de castrarnos esa habilidad) y como en realidad hemos aprendido casi todo lo que sabemos, incluyendo nuestras respectivas profesiones. Sin embargo, da la sensación de que hemos olvidado cómo se produce el proceso del aprendizaje natural así que merece la pena revisarlo brevemente.
Lo primero que hay que aclarar, una vez más, es qué entendemos por aprender porque es desde esta instancia donde se produce la confusión. Aprender es un proceso personal (lo que no significa que sea individual) de acumulación de experiencia reutilizable en el futuro que depende de 3 factores. Motivación, tiempo y oportunidad de practicar. Para que exista aprendizaje, tiene que existir un cambio de conducta comprobable, es decir, una persona tiene que ser capaz de hacer algo que antes no era capaz de hacer y que le permite obtener mejores resultados. El acto de aprender genera, para quien lo realiza, un aumento en su stock particular de conocimiento, razón por la cual se convierte en la habilidad más importante para cualquier persona u organización. Esta definición acarrea algunas consecuencias:
– Aprender exige recordar y por tanto, si hoy no eres capaz de recordar cosas que sabías meses o años atrás (por ejemplo, resolver una integral), entonces, no las aprendiste.
– Para aprender no es necesario hacer cursos, estudiar o someterse a los procesos tradicionales que conocemos, caracterizados por suceder en un lugar físico concreto, en un momento en particular y liderados por un profesor.
– Para aprender hay que ser curioso y tener un objetivo que te interesa. No se puede ignorar que existen también enemigos del aprendizaje, encabezados por la soberbia que impide reconocerse incompetente frente a la certeza del “yo ya sé y no necesito aprender”.
– Para aprender tienes que estar enojado, incómodo, tu conocimiento tiene que resultar insuficiente para lograr el objetivo que persigues, lo que ocurre cuando tus expectativas fallan, es decir, cuando te equivocas. Por eso, el error es el elemento más importante para aprender. Lo interesante es que cuando resuelves esos “errores”, acumulas en tu memoria los casos que te resultaron exitosos para volver a utilizarlos en el futuro cuando los necesites. Por eso es importante recordar y por eso mismo, las empresas tienen tantos problemas para hacerlo ya que carecen de memoria.
En definitiva, el proceso de aprender es informal por definición…
En segundo lugar, tú no elijes aprender, sino que aprender es algo innato. El aprendizaje es un acto involuntario. En realidad, aprendes porque no te queda otro remedio si quieres sobrevivir. El aprendizaje es una propiedad indispensable para todo ser vivo ya que su ausencia significa la muerte. No puedes evitar aprender igual que no puedes evitar crecer. De hecho, el proceso de aprender es imparable, no puedes impedir que las personas aprendan lo que les interesa y de la forma que quieren. Cuando fuiste un bebé (quienes no lo recuerden pueden observar a sus hijos cuando son pequeños), no tenías conciencia de aprender ni -desde luego- voluntad o decisión al respecto. Simplemente aprendías una enorme cantidad de cosas sin saber qué aprendías ni cómo aprendías. El verbo aprender no existía para ti, era invisible. Aprendiste algunas acciones esenciales para el resto de tu vida (caminar, escuchar, hablar, comer, leer…) sin que nadie te obligase, saltándote todos los procesos formales que se supone debe considerar un proceso de aprendizaje (sin ir a una escuela, sin seguir un libro ni a un profesor, sin estudiar, sin saber nada de física ni de gramática…). No conozco ningún niño que decidiese no aprender a andar o a hablar por resultar demasiado difícil. Y aprendiste de una forma bastante efectiva porque muchos años después sigues ejecutando esas acciones con maestría y naturalidad. En realidad, basta observar cómo aprende naturalmente un niño para deducir los principios básicos del aprendizaje, algo que todos tenemos al alcance de la vista pero que sigue resultando un misterio para quienes tienen relación con procesos de aprendizaje. La dificultad radica en que el aprendizaje es un proceso inconsciente, no te das cuenta de que aprendes porque aprender está siempre al servicio de un objetivo que te interesa alcanzar y que es a lo que verdaderamente prestas atención. Por esta razón, cuando alguien tiene que diseñar procesos de aprendizaje, al no ser consciente de cómo aprendió, lo que hace es crear procesos artificiales y antinaturales que suelen dar resultados deficientes. Sin embargo, las cosas pueden ser infinitamente más efectivas si tan sólo imitas la manera en que tú mismo aprendes. Si quieres conocer más sobre cómo ocurre ese fenómeno en tu cerebro, te recomiendo la lectura del libro On Intelligence de Jeff Hawkins.
En tercer lugar, las empresas se empiezan a dar cuenta de que el modelo de aprendizaje formal que impulsan, liderado por sus departamentos de formación, ya no es sostenible debido al ritmo de adaptación y evolución al que se ven sometidas. Es lento, es caro, es ineficiente, es poco personalizado. Dicha realidad de cambio fulgurante obliga a aprender mientras se trabaja. Debido a que esa realidad transcurre a tal velocidad, no importa tanto qué aprender sino cómo. Hace mucho que todos sabemos que aprender es trabajar aunque de forma increíble se sigue insistiendo en separar ambas actividades, física y temporalmente. Todos hemos aprendido a trabajar informalmente porque para nuestra desgracia, aunque le dedicamos más de 20.000 horas al sistema educativo, este apenas nos entrega herramientas para afrontar un desafío de tamaña envergadura. Para superar ese déficit, nos las apañamos interactuando con nuestros compañeros, revisando documentos, preguntando a los que más saben e imitándoles, intentando distintas estrategias y buscando soluciones a los problemas que plantea el día a día. Pronto nos damos cuenta de que nos resulta mucho más útil ese aprendizaje que podemos aplicar de forma inmediata, que lo que escuchamos en los cursos de formación ofrecidos dentro o fuera de nuestra organización y que nunca sabemos cuándo podremos aplicar. Creemos más a nuestros compañeros y pares que a los profesores.
Recuerdo de forma nítida 2 afirmaciones del director de RRHH de una entidad financiera durante la convención anual a la que tuve la oportunidad de asistir:
1. Gran cantidad de personas comprometen su asistencia a distintos cursos ofrecidos por la organización pero finalmente no asisten a los mismos a pesar de se haya desembolsado el dinero de los billetes de avión, reservas de hotel, honorarios de los formadores, materiales, etc.
2. El 7% de nuestro aprendizaje ocurre en el aula ya que donde realmente aprendemos es trabajando.
Este aprendizaje informal es el mismo que desplegábamos cuando éramos niños lo que demuestra, que aprender forma parte del ADN de las personas y debiese serlo también de las organizaciones que, lamentablemente, no están diseñadas para ello.
En cuarto lugar, la tecnología con la que contamos actualmente ofrece enormes oportunidades para que ese aprendizaje informal resulte más ágil y fluido. Sin embargo, no hay que confundir los medios con los fines ni la comunicación con el aprendizaje. Contar con un canal en You Tube, usar Twitter, Skype, Facebook, Wikis o Blogs no garantiza el aprendizaje. El aprendizaje no ocurre en el computador cuando lees o escuchas lo que allí se muestra, ocurre en tu cerebro cuando haces, cuando llevas a la práctica lo que leíste o escuchaste.
Cuando aprendes, generas una nueva estructura neuronal en tu cerebro lo que no se puede transferir de forma directa por ningún medio tecnológico. Todas estas nuevas herramientas de comunicación son parte del aprendizaje, son condición necesaria pero no suficiente, son complementarias pero no son automáticamente aprendizaje ya que falta la parte más importante: la aplicación, la práctica. Si te regalo un ‘pendrive’ con todos los libros del mundo y te los aprendes de memoria, no es mucho lo que puedes hacer con esa información más allá de concursar en “Quien quiere ser millonario”. El conocimiento se transforma en información al almacenarlo. El conocimiento no está en los documentos sino que sólo “pasa” a tu cabeza cuando experimentas y practicas que es cuando realmente aprendes. El aprendizaje es experiencia, lo demás es información. El valor de la información es cero, es lo que haces con ella lo que importa. A pesar de que existen ya bastantes plataformas tecnológicas elegantemente equipadas con todo tipo de aplicaciones para fomentar el trabajo colaborativo, todavía es muy escaso el uso que las personas hacen de las mismas. En mi opinión la culpa la tiene el correo electrónico, una buena herramienta de comunicación 1 a 1 pero un pésimo instrumento de coordinación y colaboración. Nos guste o no, el e-mail sigue siendo la herramienta más utilizada y el espacio alrededor del que gira casi todo lo que las personas hacen con su computador. Mientras las plataformas colaborativas no integren el mail, tienen todas las de perder.
¿Qué nos cabe esperar entonces? No podemos progresar sin reconocer, que el aprendizaje natural de las personas es esencialmente informal. La vida es aprendizaje. Se atribuía a Winston Churchill la frase “odio que me enseñen, pero me encanta aprender”. Por tanto, hay que dejar de insistir en formalizarlo inventando diseños artificiales antinaturales (como las aulas, los cursos, etc.) que funcionan deficientemente. Al mismo tiempo, tenemos que reconocer que un entorno de aprendizaje informal demanda espacios de libertad, autonomía y autogestión que todavía percibo utópicos para el nivel de madurez que demuestran muchas empresas e instituciones. Para no ser muy ambicioso, me conformo con que se coloquen los menores obstáculos posibles para que las personas tengan acceso a todos los elementos que necesiten para aprender y ejecutar su trabajo de la mejor manera y en ese esfuerzo, es evidente que las tecnologías tienen un papel cada vez más decisivo. Puestos a soñar, desearía que se fuesen creando las condiciones para fomentarlo, que existan espacios e instancias adecuados para que ocurra, que se reconozca como parte esencial del trabajo, que se incentive, se evalúe y se premie, y que el énfasis se sitúe no tanto en su medición directa sino en sus efectos.
Autor: Javier Martínez Aldanondo, Experto en Gestión del Conocimiento
Fuente: rrhhmagazine.com