Toda acción humana está guiada por una intención aunque no todo ser humano actúa con intención clara. Me sorprende cómo esta poca claridad está tan difundida en particular en ámbitos como las organizaciones donde la efectividad de los comportamientos es imperativa. ¿Cómo puedo buscar y conseguir efectividad sin previamente cultivar la práctica de poner claridad y precisión en el objetivo que persigo?
Por ejemplo, si al facilitar un taller de liderazgo con un grupo de ejecutivos, les hago la pregunta “¿para qué vinieron a este programa? ¿por qué están acá?”, además de la incomodidad que esta pregunta produce en la audiencia, las respuestas que suelo escuchar son del tipo “vine porque me llegó un mail de recursos humanos”, “me dijeron que tenía que venir”, “mi jefe me dijo que tenía que participar”. Si además repregunto “¿qué se quieren llevar al terminar este programa?”, lo que escucho son respuestas vagas del tipo “… algún aprendizaje”, “me interesaría que este programa genere algún cambio”, “algo distinto a lo que hicimos hasta ahora”. Estas empresas y estos ejecutivos invierten muchísimo tiempo y dinero en estas iniciativas.
Sin una definición consciente, precisa y positiva de adonde quiero llegar, poco importará por dónde ir ni cómo llegar, y no tengas dudas que esta falencia impacta negativamente en el desempeño y en la calidad vida de las personas implicadas.
Todas estas respuestas que suelo escuchar, atienden hechos verdaderos. Es cierto que les llegó una invitación de recursos humanos como también es cierto que algunos jefes de los gerentes que participan les pidieron que asistan, y también es cierto que hay deseos de aprender y de que la experiencia sea diferente. Pero, en el primer tipo de respuestas, la intención no está clara porque esas respuestas reflejan un patrón en el cuál los participantes asignan la causa motivadora de su comportamiento a factores del pasado y externos al control del ejecutivo que da dicha respuesta. La intención consciente es una elección personal vinculada a un futuro desado. En el segundo caso lo que falta es precisión.
Hay un tercer tipo de respuestas, que en general no se declaran publicamente, y que reflejan un patrón mental donde lo que mueve a elegir cierto curso de acción es “evitar que pasen ciertas cosas no deseadas”. Por ejemplo: “mi intención es atender el pedido de mi jefe y de recursos humanos porque, sino lo hago, tendría que sufrir ciertas consecuencias que prefiero evitar”, “si no asisto, pueden despedirme”. El problema con este tipo de intenciones, es que son negativas. Es como un equipo de fútbol que juega para no perder.
Cuando lo que nos mueve a la acción es evitar algo, lo que estamos haciendo, sin darnos cuenta, es aumentar la probabilidad de que suceda aquello que no queremos que suceda. Por otro lado, la experiencia vital de vivir para evitar, es de miedo. En estos casos mis acciones son motivadas por el miedo y la emocionalidad que impera mientras vivo mis elecciones, es de miedo. El miedo puede ser un interesante aliado, si lo proceso adecuadamente, pero vivir desde el miedo no es una experiencia placentera.
Cuando la intención está clara, es precisa y se declara en forma positiva, mis acciones son movilizadas a partir de lo que quiero que pase. Vivir para que pasen ciertas cosas, es vivir desde el amor, vivir por y para lo que quiero, y tanto la manera en la que experimento estas elecciones (la manera en la que impactan en mis sentimientos y emociones) como también la efectividad que consigo (los resultados que logro), son de una calidad muy superior a la que derivan del miedo. Vivir, y trabajar, desde el amor es muchísimo más efectivo y placentero que vivir desde el miedo.
Fuente: Puerto Managers